No sé si será efecto del Ponche Crema (sea el de Heliodoro González P. o cualquier variante casera), pero los últimos días de diciembre traen consigo esa imperiosa necesidad de revisar lo que hicimos o no durante 12 meses. El asunto se vuelve una clase magistral dictada por seguidores de las supersticiones y de personas como Carlos Fraga y, más recientemente, Alfonso León, donde tienes la sensación de que te bajarán los pantalones para ver si tienes pantys amarillas y, de remate, te darán un batido de champaña con lenteja en una sala con un pato con el pico para el sur y un elefante con el rabo para el norte.
Sí, te terminas contagiando y te prometes que te vas a quitar quién sabe cuántos kilos, que esta vez si la vas a pegar del techo con un tipazo, que te vas a ir de tour por Europa, que al fin te vas a mudar sola y que te vas a olvidar del recontrasuperhipermama…racho con el que saliste y te montaste el video del matrimonio con hijos, mientras él leía “vacilón” en el empaque del pedazo de látex empleado con fines no-reproductivos. Todo genial, pero: ¿realmente tienes las ganas de hacer eso?
Si la vida se manejara con criterios de año fiscal, la cosa sería perfecta. Sí, algunos planes deben hacerse en función de esos tiempos, pero otros se hacen cuando tocas fondo, cuando caes de nalgas contra una realidad que sabes que no quieres pero, por miedo, te has calado por X cantidad de tiempo. Sólo cuando la vida te zarandea con gusto, reaccionas.
Si algo significó 2009 para mí fue, justamente, esa batida contra el piso luego de estar abatida. Me comí 36 uvas de forma infructuosa pidiendo deseos que nunca se iban a cumplir, porque perdí la fe en mis capacidades, porque todo me daba igual. Suena a balada, pero muchas cosas perdieron sentido el día que vi mi vida en peligro (no estoy bromeando) y uno de los hombres que más quise en la vida, por la que hubiera dado todo, me dejó sola y me tildó de miserable (y no exagero cuando digo eso). En ese momento descubrí que los cachos no duelen, sino que estés corriendo un grave peligro y un ser querido te dé la espalda gritando a los cuatro vientos: “A nadie le importa lo que te pasa”. Eso me dolió más que la muerte de mi Papá, que per sé fue lo suficientemente dura y triste para cambiarme la vida.
Ahí estuve, detenida, llevando las cosas simples con resignación. Dejé de hacer con emoción aquello que me encanta y experimenté con miedo las nuevas oportunidades que la vida me ponía. No sé cómo ni cuándo, pero vi pasar el tiempo y comprendí que la única que perdía era yo. Eso no pasó precisamente un 1º de Enero. Cuando me dije: “Qué demonios pasa conmigo? Ya me harté”, comencé a hacer lo que siempre pedía con uvas: recuperar la confianza en mí.
Sonará a Prokompra 2002, pero sólo después de eso retomé la dedicación por los estudios, me quité 15 kilos que nunca supe cómo me eché encima, al fin le agarré confianza al volante y comprendí que uno debe amar porque le nace y no porque necesites a alguien. Por eso, ahora me siento capaz de muchas cosas y, si bien una pueda sentirse decepcionada, no me preocupa que la persona en la que me fije no sienta lo mismo por mí. Claro que quiero tener pareja, pero agradezco la sinceridad y la posibilidad de querer a alguien distinto. Y la tarea de fortalecerme sigue.
No voy a hacer un texto de autoayuda (ya ese mercado está saturado), pero no deja de causarme gracia que siempre le echemos al 31 de diciembre el tremendo paquete de enderezarnos la vida, cuando esa menuda tarea no tiene tiempo específico. 2009 ya se va, y me comeré las uvas y las lentejas, correré con las maletas y apretaré billetes en una de mis manos, pero yo sé que la necesaria tarea de cerrar ciclos no tiene un lugar en el calendario.
Sí, te terminas contagiando y te prometes que te vas a quitar quién sabe cuántos kilos, que esta vez si la vas a pegar del techo con un tipazo, que te vas a ir de tour por Europa, que al fin te vas a mudar sola y que te vas a olvidar del recontrasuperhipermama…racho con el que saliste y te montaste el video del matrimonio con hijos, mientras él leía “vacilón” en el empaque del pedazo de látex empleado con fines no-reproductivos. Todo genial, pero: ¿realmente tienes las ganas de hacer eso?
Si la vida se manejara con criterios de año fiscal, la cosa sería perfecta. Sí, algunos planes deben hacerse en función de esos tiempos, pero otros se hacen cuando tocas fondo, cuando caes de nalgas contra una realidad que sabes que no quieres pero, por miedo, te has calado por X cantidad de tiempo. Sólo cuando la vida te zarandea con gusto, reaccionas.
Si algo significó 2009 para mí fue, justamente, esa batida contra el piso luego de estar abatida. Me comí 36 uvas de forma infructuosa pidiendo deseos que nunca se iban a cumplir, porque perdí la fe en mis capacidades, porque todo me daba igual. Suena a balada, pero muchas cosas perdieron sentido el día que vi mi vida en peligro (no estoy bromeando) y uno de los hombres que más quise en la vida, por la que hubiera dado todo, me dejó sola y me tildó de miserable (y no exagero cuando digo eso). En ese momento descubrí que los cachos no duelen, sino que estés corriendo un grave peligro y un ser querido te dé la espalda gritando a los cuatro vientos: “A nadie le importa lo que te pasa”. Eso me dolió más que la muerte de mi Papá, que per sé fue lo suficientemente dura y triste para cambiarme la vida.
Ahí estuve, detenida, llevando las cosas simples con resignación. Dejé de hacer con emoción aquello que me encanta y experimenté con miedo las nuevas oportunidades que la vida me ponía. No sé cómo ni cuándo, pero vi pasar el tiempo y comprendí que la única que perdía era yo. Eso no pasó precisamente un 1º de Enero. Cuando me dije: “Qué demonios pasa conmigo? Ya me harté”, comencé a hacer lo que siempre pedía con uvas: recuperar la confianza en mí.
Sonará a Prokompra 2002, pero sólo después de eso retomé la dedicación por los estudios, me quité 15 kilos que nunca supe cómo me eché encima, al fin le agarré confianza al volante y comprendí que uno debe amar porque le nace y no porque necesites a alguien. Por eso, ahora me siento capaz de muchas cosas y, si bien una pueda sentirse decepcionada, no me preocupa que la persona en la que me fije no sienta lo mismo por mí. Claro que quiero tener pareja, pero agradezco la sinceridad y la posibilidad de querer a alguien distinto. Y la tarea de fortalecerme sigue.
No voy a hacer un texto de autoayuda (ya ese mercado está saturado), pero no deja de causarme gracia que siempre le echemos al 31 de diciembre el tremendo paquete de enderezarnos la vida, cuando esa menuda tarea no tiene tiempo específico. 2009 ya se va, y me comeré las uvas y las lentejas, correré con las maletas y apretaré billetes en una de mis manos, pero yo sé que la necesaria tarea de cerrar ciclos no tiene un lugar en el calendario.
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